Storytelling, teoría del gatekeeper y responsabilidad ética
El gatekeeping es ante todo una actividad ética
En mi primer post, explicaba cómo en 2011, cuando trabajaba como redactora jefe de la agencia Zenit en España, inicié una serie de artículos que rescataban actos de humanidad en ambos bandos de la Guerra Civil Española. Esa experiencia me enseñó algo que, con los años, se ha vuelto cada vez más claro: contar historias no es solo compartir hechos, sino también decidir qué mundo ayudamos a construir con lo que contamos.
Y esa decisión es, sobre todo, ética. Aquí guardo memoria de mi paso por la asignatura de Teoría de la Comunicación (aunque ha llovido tres décadas, sigo dándote las gracias, Estrella Israel).
¿Qué es un gatekeeper?
El psicólogo alemán Kurt Lewin propuso en los años 40 una teoría que sigue vigente: en cualquier flujo de información existen porteros (gatekeepers) que deciden qué mensajes pasan y cuáles no. En el periodismo clásico, eran los editores los que decidían lo que se publicaba y lo que no; en las redes sociales, puede ser cualquier usuario – aunque esto habría que matizarlo desde que mandan los algoritmos. En el storytelling – sea personal, cultural o religioso – el gatekeeper es el narrador.
Esto significa que al contar una historia, estamos actuando como filtros: elegimos qué hechos destacar, qué voces incluir, qué emociones provocar, qué valores promover. Y cada elección implica una exclusión. Cada narrativa tiene un coste de oportunidad: por cada historia contada, otras quedan en silencio.
Hablar de storytelling hoy suele centrarse en su dimensión técnica: cómo estructurar un relato, captar la atención, emocionar. Pero pocas veces se habla de la ética de la narración, de las decisiones morales implícitas en todo acto de contar. Aplicar la teoría del gatekeeper al storytelling permite hacer esa pregunta fundamental: ¿desde qué criterio estoy seleccionando las historias que cuento? ¿Desde el impacto emocional, la viralidad, la ideología, el dogma, la empatía, la justicia?
Esto es especialmente importante en campos como la cultura o la religión, donde las historias no solo entretienen o informan, sino que transmiten cosmovisiones, modelan conciencias y perpetúan (o sanan) prejuicios colectivos.
Filtrar no es censurar: es responsabilizarse
Ser gatekeeper no significa manipular o esconder. Significa asumir la responsabilidad de cada elección narrativa. Supone reconocer que al contar una historia, por un lado, estamos privilegiando una mirada sobre otras posibles. Por otro lado, estamos legitimando ciertos valores frente a otros. Y en último lugar, estamos afectando la forma en que las personas comprenden su historia, su identidad y su futuro. Esto nos lleva a una cuestión delicada: ¿tenemos derecho a reinterpretar o silenciar ciertos hechos del pasado para adaptarlos a visiones actuales del mundo? La historia reciente nos ha mostrado cómo todos los regímenes totalitarios han usado el storytelling para moldear realidades a medida.
Por eso, el storytelling ético requiere de un trabajo interno: discernimiento, autoconciencia, diálogo con otras perspectivas, revisión constante de nuestros propios filtros. Desde esta perspectiva, propongo tres preguntas que todo narrador debería hacerse, inspiradas por la teoría del gatekeeper:
¿Qué historia estoy eligiendo contar y por qué?
¿Qué historias estoy dejando fuera?
¿Qué efecto tiene esta elección en quien la recibe y en el tejido social al que pertenece?
Estas preguntas no buscan censurar la creatividad, sino anclarla en la responsabilidad. No se trata de ser “objetivos”, sino de ser conscientes.
En tiempos de polarización, saturación informativa y relatos manipuladores, contar una historia con honestidad y sensibilidad se convierte en un acto profundamente ético. Somos más que narradores: somos curadores de sentido, mediadores de memoria, sembradores de futuro. Al aplicar la mirada del gatekeeper al storytelling, entendemos que no basta con saber contar bien una historia. Es vital saber por qué la contamos, desde dónde y hacia dónde queremos que lleve.