Narrativa transmedia: Contar lo mismo en todas partes no es contar bien
Vivimos rodeados de pantallas y plataformas. Redes sociales, blogs, pódcasts, newsletters, vídeos… nunca tuvimos tantas herramientas para contar historias. Y, sin embargo, cometemos a menudo el mismo error: repetir exactamente el mismo mensaje en todos los canales. El mismo texto del boletín parroquial pegado en Facebook, el mismo vídeo subido a Instagram y YouTube, la misma cita repartida por Twitter y WhatsApp. ¿El resultado? No es comunicación, es hacer eco. Un mensaje que no dialoga con su entorno ni con su público.
Contar bien hoy, en la era digital, no es estar en todas partes: es saber qué contar, cómo contarlo y por qué elegir cada canal. Eso es narrativa transmedia, y su potencial va mucho más allá: puede transformar también la forma en que comunicamos lo espiritual, lo simbólico y lo profundo.
No se trata de repetir. Se trata de expandir.
Narrativa transmedia no es publicar lo mismo una y otra vez en distintos formatos. Es contar una historia a través de múltiples medios, de forma que cada uno aporta una parte diferente del relato. Es construir un universo narrativo en expansión, donde el lector, oyente o espectador va completando el sentido al moverse de un canal a otro.
Un ejemplo sencillo: imagina una historia real sobre alguien que encontró sentido a su vida a través de la fe. En un vídeo, narras el momento decisivo. En Instagram, compartes imágenes o frases que marcaron su camino. En un pódcast, entrevistas a quien lo acompañó. En un artículo largo, exploras el contexto o los dilemas éticos implicados. Cada parte se sostiene sola, pero conectada forma una experiencia mucho más rica.
El investigador Henry Jenkins lo explicó así: cada medio hace lo que mejor sabe hacer. Y el público lo agradece. Porque no todos miran vídeos. Algunos prefieren leer, otros escuchar. Y muchos quieren participar, comentar, compartir. La narrativa transmedia aprovecha la diversidad de lenguajes y de públicos para abrir puertas distintas hacia un mismo universo.
¿Por qué engancha más? Porque se parece a cómo vivimos las historias hoy: por fragmentos, por caminos que se cruzan. Vivimos en una cultura donde la atención es breve, pero el deseo de profundidad no ha desaparecido: simplemente, necesita nuevos formatos. La narrativa transmedia permite entrar por una imagen en redes y llegar, si se desea, a una conversación más íntima en un pódcast, o a una lectura más pausada en un boletín.
Funciona también porque invita a la participación: el público no es solo receptor, sino que puede aportar sus propias historias, hacer preguntas, identificarse con los personajes, sentirse parte del relato. Se crea así un ecosistema narrativo donde nadie tiene toda la historia, pero todos pueden aportar algo.
Y eso, en el fondo, se parece mucho a la vida: historias compartidas que se entrelazan, se escuchan y se enriquecen mutuamente.
¿Y qué pasa con lo religioso?
Aquí es donde el potencial es inmenso. La tradición religiosa está llena de grandes narrativas: de éxodos, de búsquedas, de caídas y reencuentros, de luz en medio de la noche. Desde las Escrituras hasta los relatos de los santos, desde los rituales hasta las historias de fe cotidiana, la religión ha sido siempre una gran narradora.
El problema es que, muchas veces, su comunicación en la era digital ha heredado modelos del pasado: medios unidireccionales, lenguaje doctrinal, mensajes cerrados. Se entendió el cambio digital como un cambio de formato, no de mentalidad. Y así, la oportunidad de conectar con nuevos públicos – no necesariamente creyentes – se perdió.
Narrar lo religioso en clave transmedia no significa banalizar el mensaje, ni disfrazarlo. Significa, simplemente, contarlo de forma humana, creativa y progresiva. Significa diseñar historias que puedan contarse en diferentes formatos: testimonios, arte, diálogo, silencio, símbolos. Significa usar cada canal no como una copia del anterior, sino como una ventana distinta a una misma verdad. Significa invitar a participar, no solo a escuchar.
Una historia de perdón puede comenzar en un vídeo, continuar en una serie de publicaciones donde la comunidad comparte sus propios gestos reconciliadores, y culminar en una conversación abierta que lleve a un encuentro real. Así, el mensaje se encarna, se multiplica y se vuelve compartido.
Usar muchos canales no significa contar mejor. Contar bien es elegir cada medio con intención, respetar sus tiempos y lenguajes, y ofrecer a cada audiencia una entrada real al corazón de la historia.
El mundo religioso tiene un tesoro de relatos que siguen latiendo: antiguos y nuevos, individuales y colectivos. La narrativa transmedia no es una moda; es una forma contemporánea de honrar esa tradición narrativa, conectándola con quienes hoy buscan sentido entre pantallas, auriculares y conversaciones fragmentadas.
No es necesario convertir una red social en un templo. Pero sí puede ser un umbral. Y quizás una historia bien contada – humana, abierta, bella – pueda ser esa puerta por la que alguien entre, no solo a escuchar, sino también a compartir.