Del Olimpo al algoritmo: por qué el mito nunca ha muerto

Me sigue sorprendiendo escuchar a muchos pensadores cristianos actuales buscar en el cine y la literatura contemporáneos paralelismos con sus propias creencias. No faltan quienes ven la historia de Cristo en Matrix, Supermán, El Señor de los Anillos, Harry Potter, y más. Todo parece ser cristianismo encubierto, todo se interpreta como “en realidad nos quieren contar el Evangelio”. Creo que si Tolkien, que odiaba ser leído como un cristiano críptico, escuchara estas interpretaciones sobre su universo, estaría profundamente disgustado. Él quería hacer mitos, no apologías cristianas. De hecho, se distanció de Lewis en parte por esa diferencia.

Quizás lo que ocurre es que, en el fondo, tratamos al cristianismo como un mero mito (y eso requeriría una discusión aparte, pero aquí hablamos solo de storytelling). O más bien, que hemos perdido tanto la conexión con nuestras propias raíces culturales, que ya no conocemos los mitos fundantes de nuestra civilización occidental. Poco sabemos de los egipcios, de los celtas, de los griegos o de los pueblos bárbaros… y ni siquiera de la Biblia.

Pero los mitos nunca se han ido. Esta afirmación no responde a una intuición superficial, sino a un fenómeno estructural que atraviesa siglos de historia simbólica. El mito no ha desaparecido con la secularización ni con el auge del racionalismo moderno: ha mutado de forma. Se ha desplazado de lo sagrado a lo simbólico, del templo a la pantalla. Las narrativas contemporáneas — ya sea en productos audiovisuales, videojuegos o discursos mediáticos— no han abandonado el mito: lo han reformulado. Los relatos fundacionales de la antigüedad — aquellos que articularon el sentido del mundo, el lugar del ser humano y el orden cósmico — siguen vigentes bajo nuevas apariencias: superhéroes, distopías tecnológicas, arquetipos digitales y universos narrativos interconectados.

La palabra “mito” suele venir rodeada por un halo de “no real” para la mayoría. Pero eso se debe al pensamiento positivista, que — afortunadamente — ha sido puesto en discusión en el siglo XX. Los mitos no son "falsas historias" ni narraciones primitivas, sino formas simbólicas que organizan la experiencia colectiva. Toda civilización necesita un marco simbólico, un lenguaje narrativo que permita entender la vida y sus misterios.

El Enuma Elish y la epopeya de Gilgamesh representan los primeros modelos del héroe cultural, la búsqueda de la inmortalidad y la fundación del orden cósmico. El ciclo de Osiris articula la muerte y el renacimiento como una estructura arquetípica. Prometeo, Dionisio o Apolo condensan las tensiones entre creación, transgresión y razón. En el Mahabharata y el Ramayana, la narrativa se convierte en una vía metafísica. El relato del Génesis establece la lógica de la creación, la caída y la redención. Todo esto encuentra eco en historias actuales como Star Wars, The Matrix, Avatar o The Last of Us.

Más allá de los mitos de la antigüedad, las religiones universales también han ofrecido marcos narrativos que organizan la experiencia espiritual y moral de las culturas. El budismo, el cristianismo, el islam y las cosmovisiones amerindias han aportado relatos centrados en el destino del alma, la moral universal y el juicio escatológico. Estas estructuras siguen operando en las narrativas actuales, donde el sacrificio, la redención y la iluminación — en clave simbólica o secular — forman parte de arcos narrativos canónicos, como ocurre en Harry Potter, Matrix o Everything Everywhere All at Once.

Con el auge del racionalismo y la modernidad, el mito no desaparece: se disfraza. Se convierte en ideología, arte, ciencia ficción o nación. El Romanticismo reactiva figuras como el héroe trágico o el genio maldito. Y en el siglo XX, Campbell y Jung nos permiten rearticular el mito como estructura narrativa (el monomito) y como reflejo psíquico (los arquetipos), sentando las bases del storytelling contemporáneo.

El mito y el storytelling digital

El storytelling actual le debe mucho a la teoría del monomito de Joseph Campbell — El héroe de las mil caras — y a la psicología analítica de Carl Jung. El primero identifica una arquitectura narrativa común a mitologías de distintas culturas. Esta estructura — salida, iniciación, retorno — se ha convertido en el patrón base del cine de masas, los videojuegos y las franquicias transmedia.

Por su parte, Jung propuso que los mitos expresan contenidos del inconsciente colectivo. Hoy, personajes como el mentor (Gandalf, Yoda), el héroe elegido (Neo, Katniss), la sombra (Joker, Walter White) o el trickster (Deadpool, Loki) revelan la vigencia de estas figuras arquetípicas en la narrativa popular.

Además, la sociedad digital ha generado nuevas formas de ritualidad simbólica. Las comunidades de fans, los maratones narrativos, los universos compartidos y los fenómenos virales funcionan como espacios de participación colectiva. Los antiguos templos han sido reemplazados por ecosistemas narrativos interactivos, donde el mito sigue vivo.

Los mitos no han muerto; se han actualizado. En la era del algoritmo, seguimos contando las mismas historias que en los templos de Babilonia o en los teatros de Atenas, solo que ahora lo hacemos con efectos digitales, plataformas de streaming y comunidades globales.

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