El viaje del héroe y sus límites

Me gustan mucho los podcast del doctor Mario Alonso Puig. Seguramente es por el tono envolvente de su voz, y por su intento de traer sentido común al mundo, a veces excesivamente complicado, del autocuidado emocional. Un día, mientras escuchaba su serie basada en el libro El viaje del despertar, algo me llamó la atención. Por mi interés en el mundo del storytelling, reconocí enseguida una estructura familiar: la del monomito de Campbell.

El monomito está, literalmente, en todas partes. Y esa ubicuidad, paradójicamente, puede restarle fuerza si no aprendemos a mirarlo con otros ojos. Una vez que conoces el patrón, empiezas a verlo en cada relato: Tu quoque, Mario?

Pero como decía Chesterton en su famosa “paradoja de la valla”: no destruyas algo sin entender primero para qué fue construido. El monomito es, sin duda, una institución dentro del mundo del storytelling, especialmente desde que George Lucas lo llevó al cine con Star Wars. Lo vemos también en Matrix, Harry Potter, El Señor de los Anillos y en prácticamente cualquier guión hollywoodiense con aspiraciones de éxito. Esto se debe en parte a la labor de Christopher Vogler, guionista y autor de El viaje del escritor, quien adaptó el monomito a una fórmula narrativa en doce pasos, considerada hoy el canon de la industria.

Hoy en día, esta estructura se aplica incluso en la narrativa de no ficción, en libros de autoayuda, discursos motivacionales y hasta campañas publicitarias.

Pero conviene recordar que el monomito no nació como una herramienta para contar historias, sino para explicarlas. Su origen es mucho más ambicioso. Los que conocen El héroe de las mil caras saben que la obra surge del intento de explicar las grandes narrativas religiosas y míticas de la humanidad. Como antropólogo y estudioso de las creencias, Campbell quiso identificar un hilo conductor que uniera los mitos griegos, el budismo, el cristianismo o las epopeyas hindúes. Para él, Jesús, Buda, Moisés, Ulises o Mahoma eran distintas máscaras de un mismo personaje arquetípico: el héroe que emprende un viaje de transformación.

“Las religiones son mitos vivientes, y el monomito es su gramática profunda.” – Campbell

Pero como ocurre con toda teoría totalizadora, también el monomito puede convertirse en una camisa de fuerza. Le sucede a Campbell lo que a Marx y Hegel con su dialéctica: se entusiasman con una idea tan potente que acaban forzando la realidad para que encaje en ella. En contextos tan delicados como el religioso, reducir todas las experiencias espirituales a un mismo patrón narrativo resulta problemático, cuando no abiertamente reduccionista.

No es casualidad que a Campbell le hayan surgido detractores. Se le ha criticado por ser demasiado occidental, individualista y masculino en su concepción del héroe. Pero la crítica más interesante —y más pertinente en el campo religioso— es que su modelo resulta profundamente antropocéntrico: pone al ser humano, su deseo y su transformación en el centro, dejando lo divino como un mero escenario o incluso como obstáculo a superar.

Y sin embargo, el modelo narrativo que Campbell propuso, funciona. Funciona porque responde a algo constitutivamente humano: la necesidad de buscar el sentido, de emprender un camino y de descubrir algo valioso. Todas las religiones contienen relatos de transformación, revelación y regreso. Pero no todas siguen la lógica del héroe solitario que triunfa y retorna. Algunas tradiciones valoran la comunidad, el sacrificio, la obediencia o el éxtasis místico más que la victoria. Otras dejan el viaje abierto, sin regreso, como ocurre en el relato de Job, y en otras la iluminación precede a la búsqueda. La lógica de la gracia y del don se escapan también del monomito.

Como dice Falcão (2024):

“El viaje del héroe es una metáfora potente, pero no es la única. Lo religioso también habla en círculos, rizomas y silencios.”

Corremos el riesgo, si convertimos el monomito en la única lente interpretativa, de invisibilizar otras formas de narrar lo sagrado. De imponer un molde heroico que no hace justicia a la riqueza de lo espiritual. Por eso es legítimo preguntarse: ¿Es el viaje del héroe aplicable a todas las religiones? ¿Qué relatos quedan fuera del molde? Y sobre todo, ¿qué ganamos – y qué perdemos – al universalizar este patrón?

En mi opinión, el monomito es una herramienta valiosa para entender los relatos de búsqueda de sentido, pero no es una llave maestra. No lo explica todo. No puede hacerlo. Y casi seguro que ni Jesucristo, ni Buda, ni Ulises estarían de acuerdo con ser metidos en el mismo molde narrativo. Dicho esto, el monomito de Campbell ayuda a comprender el momento en que nos encontramos, y eso creo que merece ser analizado con más detalle.

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