Cómo contar lo sagrado en clave transmedia: una aproximación
Catedral de Valencia
En la entrega anterior planteaba que un lugar sagrado puede entenderse no sólo como escenario o soporte ritual, sino como un elemento narrativo dentro de un universo simbólico más amplio. Siguiendo a Henry Jenkins, expliqué cómo la narrativa transmedia —ese arte de construir mundos que se despliegan en múltiples medios y lenguajes— puede ofrecernos un marco fértil para pensar el storytelling religioso y cultural desde una lógica expansiva.
Pero ¿qué implica realmente narrar lo sagrado en clave transmedia? Curiosamente, esta es quizá la parte más difícil. Aunque parezca sencillo, tener claro ese universo simbólico en la cabeza no es tarea menor. Yo misma sigo explorando y aprendiendo.
Pensemos, por ejemplo, en un autor como Tolkien, que para mí es el paradigma de un creador transmedia —aunque a él probablemente nunca se le habría pasado por la cabeza. En su mente, el universo de la Tierra Media era único y coherente, y las historias y los personajes entraban y salían de él. Cada relato iluminaba una parte distinta de ese mundo, sin agotarlo jamás. Digamos que un autor convencional diseña una historia y luego crea un universo que la sostenga. En cambio, la mente transmedia funciona al revés: primero crea un mundo y luego abre caminos narrativos que lo habiten.
Narrar en clave transmedia no consiste en multiplicar canales ni en adaptar un contenido a distintos formatos. Es, ante todo, una manera de diseñar un sistema narrativo coherente, donde cada componente (visual, textual, ritual, experiencial) activa una dimensión distinta del relato global. En estas narrativas, el contenido no se repite: se ramifica. Cada medio ofrece una perspectiva, un acceso, una forma de entrar en el universo común.
Aplicado a lo sagrado, esto significa reconocer que el relato del lugar —su historia, sus ritos, su memoria, su comunidad— no se agota en una sola forma de expresión. Vive simultáneamente en lo físico, lo simbólico, lo oral, lo visual, lo sensorial y lo digital. Para ponerlo en términos sencillos: una visita turística con audioguía no agota la experiencia de un lugar sagrado; es solo una de las muchas puertas posibles de entrada.
Recuerdo haber visitado la catedral de Nápoles muchas veces, pero qué distinta fue la experiencia de vivir allí una vigilia pascual. Las luces se apagan, y poco a poco, desde el pregón inicial a oscuras hasta la explosión de luz con la proclamación del Evangelio, el espacio se transforma. Todo está allí, entre los mismos muros, pero la vivencia se convierte en relato encarnado, sensorial, inolvidable. Narrar lo sagrado, entonces, también significa crear las condiciones para que esa experiencia se expanda sin perderse.
Una narrativa adaptada a realidades complejas
El mundo simbólico y ritual resiste la simplificación. Está hecho de capas, de repeticiones con variaciones, de ecos que resuenan en el tiempo y en el espacio. La narrativa transmedia no pretende reducir esa complejidad, sino ofrecer un marco donde esa riqueza pueda desplegarse sin disolverse. Itinerarios de acceso a una realidad más compleja.
Esto resulta especialmente importante cuando se trata de transmitir sentido en un contexto cultural fragmentado, donde los lenguajes y las formas de percepción se han diversificado, y donde muchas veces el receptor no tiene ya las claves para entender la comunicación básica sobre lo religioso.
Una narrativa transmedia bien entendida no impone una estructura externa sobre lo sagrado, sino que se adapta a su lógica interna: la del rito, del símbolo, del gesto, del objeto, del silencio y de la voz. Esa lógica siempre ha sido multicanal, aunque no lo llamáramos así. Un cambio fundamental que introduce este enfoque es el paso de un relato centrado en un solo canal (por ejemplo, un texto escrito o una visita guiada) a un relato tejido por múltiples entradas que se refuerzan entre sí.
Esto no fragmenta el mensaje. Al contrario: lo amplifica. Permite que diferentes personas accedan desde distintas experiencias, completen su propio recorrido simbólico, y construyan sentido de forma más profunda. La clave no es la uniformidad, sino la coherencia simbólica.
Me gusta ilustrarlo con la catedral de Valencia (quienes me conocen, ya me han oído esta comparación más de una vez). Hay una entrada para los turistas, otra para los fieles, está el Micalet, la capilla del Santo Cáliz, el Tribunal de las Aguas en el exterior, y muchos otros espacios no visitables. Todos experimentan el mismo lugar sagrado, pero ninguno lo agota. Se puede disfrutar de ese espacio siendo creyente o no, con distintos propósitos y sensibilidades. Y cada entrada es una experiencia legítima, que revela una faceta distinta del mismo universo.
Eso —precisamente eso— es lo que permite una narrativa transmedia: múltiples accesos a un mundo simbólico común, sin reducirlo, sin cerrarlo, sin agotarlo.