Riesgos de banalización en la narrativa transmedia
Roma semper vivens
En el post anterior reflexionaba sobre el potencial de la narrativa transmedia para ampliar el acceso al sentido de lo sagrado sin reducir su riqueza simbólica. Esta posibilidad de expansión —múltiples lenguajes, formatos y experiencias— abre un camino fértil para el storytelling religioso y cultural contemporáneo.
Pero todo lo que se expande, si no se cuida, también puede disolverse.
Si lo sagrado se narra sin atención al contexto, a su espesor simbólico y a su lógica propia, puede terminar convertido en objeto estético sin densidad, en producto de consumo simbólico, o en contenido atractivo que impacta sin transformar. Y ahí es donde se abre una tensión importante: ¿cómo generar impacto sin vaciar el sentido?
Narrar lo sagrado exige reconocer que estamos ante una experiencia que no puede ser reducida a imagen, ni a dato, ni a eslogan. Es una realidad cargada de memoria, de misterio, de presencia. Es un entramado simbólico que se habita, no se explica. Y que por su misma naturaleza resiste los atajos. Es un lugar donde el sentido se revela por capas, a través de presencias que no siempre se dejan capturar. Y muy importante: Es una experiencia que no puede quedarse en la mediación tecnológica, sino que por su propia naturaleza necesita presencia,
Eso no significa que lo sagrado no pueda —o no deba— generar impacto. Al contrario: el impacto puede ser un umbral legítimo hacia la experiencia. Lo peligroso es reducirlo a eso. Cuando el rito se convierte en espectáculo, el objeto sagrado en souvenir, o la oración en diseño gráfico inspirador, el símbolo pierde espesor, se vuelve superficie.
Narrar lo sagrado requiere entonces una pregunta honesta: ¿Estamos ayudando a que otros entren en el universo simbólico… o simplemente adornándolo para que resulte amable a la vista?
El dilema de la visibilidad
Una de las tensiones más complejas al contar lo sagrado es la que existe entre visibilidad y profundidad.
Vivimos en un entorno que favorece la inmediatez, la emotividad rápida, la estetización de lo íntimo. Y, sin embargo, lo sagrado pide tiempo, exige silencio, se resiste a la exposición total. Hay símbolos que no se explican: se sugieren. Hay gestos que no se traducen: se acompañan. Hay espacios que no se registran: se viven.
Las redes sociales pueden empujarnos, sin mala intención, a sobreexponer rituales, testimonios o imágenes sin el contexto necesario. Pero mostrar no es lo mismo que narrar, y lo narrado no siempre debe mostrarse.
Por eso, en mi opinión, tener el mindset del narrador transmedia es clave: alguien que no busca simplificar, sino invitar a entrar en un universo más grande que cualquier fragmento.
Un símbolo no pierde valor porque se convierta en meme. Lo pierde cuando solo se convierte en eso.
La cultura del contenido rápido —reels, slogans, clips— puede ser una vía legítima de acceso si forma parte de un universo más amplio. Pero si el universo narrativo no está presente, el símbolo se vuelve mercancía estética. Y lo sagrado no es solo emoción ni consumo simbólico; es experiencia transformadora.
El verdadero reto no está en usar formatos contemporáneos, sino en integrarlos sin reducir. Traducir sin traicionar. El impacto inicial puede ser útil, pero no basta. Quedarse solo en la emoción inmediata es como entrar en un templo y no ver más allá del pórtico.
Narrar sin vaciar
No existe una fórmula, pero sí una mentalidad: como he dicho e insisto de nuevo, la del narrador transmedia que entiende que el universo simbólico es más grande que cualquier historia individual. Que las historias no agotan el sentido, sino que lo rodean, lo iluminan por partes, invitan a entrar.
Algunas claves que ayudan a narrar sin vaciar:
Respetar los tiempos del símbolo: no imponer ritmo de consumo.
Dejar lugar al misterio: lo que no se explica puede resonar más.
Cuidar los objetos sagrados: no convertirlos en simple decorado.
Elegir el medio con discernimiento: no todo se transmite mejor con imagen o texto.
Preservar lo no mediado: no todo lo sagrado necesita pasar por una pantalla.
Aceptar que hay relatos que no buscan cerrar, sino abrir.
Narrar lo sagrado en clave transmedia no es solo una oportunidad: es un acto de responsabilidad simbólica. No basta con multiplicar los canales si eso implica disolver el sentido. No basta con emocionar si eso reemplaza la profundidad.
Sí, podemos usar memes. Y clips. Y diseño gráfico. Pero siempre que recordemos que el universo sagrado no cabe en ellos, solo se deja entrever. Y que lo esencial de esa experiencia no es que se vea, ni siquiera que se entienda… sino que pueda habitarse.
Porque lo sagrado no se simplifica. Se insinúa. Se acoge. Se protege. Y, a veces, se guarda en silencio.