Del lugar sagrado al universo narrativo: una mirada transmedia
Maravillosa Sainte Chapelle en París
En un post anterior apuntaba que los lugares sagrados no son simples escenarios, sino archivos vivos, cargados de memoria, resonancia y sentido. Y para los creyentes, además, son los lugares donde se manifiesta lo divino. Al final, un lugar sagrado es más que un lugar: no es un fondo estático, es un personaje silencioso que participa activamente en la historia. Esta concepción del espacio como actor simbólico nos permite repensar la forma en que contamos lo sagrado.
Y en un mundo donde los relatos ya no se confinan a un solo canal, esta visión simbólica del espacio encuentra nuevas posibilidades narrativas en el entorno digital. Precisamente esta recuperación del valor del espacio como cuasi personaje es una de las claves de la nueva forma de narrar en el entorno digital y cultural contemporáneo: la narrativa transmedia.
Como dicen los italianos, il nodo viene al pettine. Solo que hay que dejar de hacer las cosas “como siempre se han hecho”, y cuestionarse.
(Y aquí va una pregunta sin ánimo de molestar: ¿la comunicación religiosa entiende que lo digital no es solo un soporte, sino una nueva forma de contar las cosas? ¿O como me gusta reflexionar, seguimos haciendo periodismo del siglo XIX con tecnología del siglo XXI? No estoy criticando: yo también he estado ahí).
Pero vamos al punto.
La narrativa transmedia: el arte de construir mundos
El término narrativa transmedia fue formulado por Henry Jenkins para describir una forma de contar historias que se expande a través de múltiples medios, plataformas y lenguajes, donde cada uno aporta una dimensión única al relato general. Jenkins lo resume así:
“Transmedia storytelling represents a process where integral elements of a fiction get dispersed systematically across multiple delivery channels for the purpose of creating a unified and coordinated entertainment experience.”
(La narración transmedia representa un proceso en el que los elementos integrales de una ficción se dispersan sistemáticamente a través de múltiples canales de distribución con el fin de crear una experiencia de entretenimiento unificada y coordinada.)
Aunque Jenkins pensaba inicialmente en franquicias narrativas, esta lógica resulta sorprendentemente útil para pensar los relatos de lo sagrado: ¿no es acaso un santuario también un mundo narrativo, con capas, rituales, códigos y personajes?
Más allá del entretenimiento, esta lógica narrativa ha permeado la cultura, la comunicación, la pedagogía y, cada vez más, los relatos simbólicos vinculados a la memoria colectiva, las identidades religiosas y los espacios sagrados.
La idea central es que el relato ya no está confinado a un único canal (un texto, una imagen, una historia oral), sino que vive en una multiplicidad de formas. Jenkins lo llama el arte de construir mundos (world-making): se trata de diseñar universos narrativos capaces de sostener múltiples relatos, voces, perspectivas y medios.
El lugar sagrado como entrada a un universo simbólico
Si retomamos la idea del lugar como cuasi personaje —con agencia simbólica, trayectoria temporal y resonancia sensorial—, es posible dar un paso más: entender ese lugar como un nodo dentro de un universo narrativo más amplio.
Un espacio sagrado no está solo. Está tejido dentro de una red de significados compartidos: leyendas, ritos, caminos de peregrinación, relatos orales, textos sagrados, experiencias comunitarias, símbolos visuales, objetos votivos. Cada uno de estos elementos no solo rodea el lugar: lo compone, lo define y lo narra.
Pensar el lugar como nodo simbólico implica reconocer que su relato no está completo por sí solo. Es una puerta de entrada a un mundo de sentido más grande. Y es precisamente esa red la que la narrativa transmedia ayuda a desplegar: un sistema donde cada medio y cada experiencia aporta una pieza del mosaico narrativo.
El universo sagrado como meta‑personaje
Henry Jenkins va más allá del relato disperso en plataformas: señala que lo verdaderamente potente es el universo que se construye. En sus palabras, los relatos transmedia no giran ya en torno a personajes o tramas aisladas, sino a mundos capaces de sostener múltiples historias y experiencias.
Este universo narrativo puede adquirir tal coherencia y densidad que actúe como un meta‑personaje: un ente simbólico que da sentido a todos los elementos que lo habitan.
Así como un personaje literario puede condensar toda una época o conflicto, el universo narrativo que articula un conjunto de lugares sagrados puede cargar con la identidad simbólica de una cultura, volviéndose tan expresivo como cualquier actor humano.
Desde esta perspectiva, el lugar sagrado —conformado por sus espacios, ritos, lenguajes, símbolos y prácticas— puede funcionar como ese meta‑personaje. No se trata de un lugar, sino de una red de relaciones vivas que generan identidad, emoción, pertenencia y significado.
El lugar‑personaje cobra entonces sentido en relación a ese universo. Es parte de él, lo representa, pero también lo convoca y lo transforma.
Repensar el relato sagrado desde lo transmedia
Repensar los lugares sagrados como nodos narrativos es un giro potente. Nos invita a dejar de verlos como escenarios congelados para empezar a habitarlos como puntos de entrada a un universo simbólico compartido.
Y ese universo, si lo entendemos desde la lógica transmedia, se convierte en un meta‑relato donde cada historia, cada gesto, cada medio es una capa más de sentido. Así, el storytelling de lo sagrado deja de ser lineal o anecdótico, y se vuelve expansivo, profundo y participativo.
En el próximo post seguiré con esta reflexión, que me parece clave: cómo aplicar los principios de la narrativa transmedia a los lugares sagrados, sin perder su densidad simbólica.